martes, 3 de noviembre de 2015

lo que fuimos


de vez en cuando me da por leer la carta que hace unos meses escribí, aquélla que casi memoricé… y entonces regreso de nuevo a una habitación barata de hotel, a la noche de enero, al taxi tomado en plena madrugada y al beso que me robaste y yo esquivé para romper esa primera distancia:

me hallo encima de ti con el cuerpo sudado, los dos embriagados de un excelso placer, rebasando los límites de lo que pudimos haber imaginado alguna vez. hay también ligeros rasguños en tu piel, hay mordidas en los labios, humedad en los cuerpos de esa lluvia que surge de entre las piernas de una mujer.

sonríes porque sabes que en cada orgasmo vuelves a emerger, que en las muertes chiquitas nuestras almas recuerdan aquéllas vidas que al nacer hemos olvidado. sonrío porque siento tu ansiedad al desvestirme, las manos que tiemblan, la desesperación por la entrega. sonrío porque al tirar la ropa al piso, declaramos la paz justo antes de que inicie la guerra… la única guerra que vale la pena.

la rendición de tus gemidos me suplica silenciosa que continúe, que haga de ti lo que se me dé la gana. me incita a que explore, a que juegue, a que lama y dibuje tenues líneas en tu piel. se trata de hacer a un lado los complejos, lo que inhibe, los pudores que no sirven absolutamente para nada. acato tal mandato y logro tirarte a cierto abismo en el que al caer, decido tomar tu mano: y es que yo te dije alguna vez que si bien cualquier mujer puede hacerte volar sobre la cama, sólo unas cuantas logran convertir en una locura el aterrizaje.

al dejar una parte de ti en cada puerto, intuyo que si bien comprendes  que los orgasmos no sanan el alma hecha pedazos, sirven de analgésico mientras encuentras las piezas para armarte: qué lástima y qué fortuna la tuya perder el control así de vez en cuando y es que aunque intente olvidar esa noche… esa noche aún no nos olvida. y sí, tú ibas tan de paso y yo tan deprisa, que la vida se nos atravesó y jamás nos detuvimos a mirarnos.

el problema radica en que fuimos un mar de excesos: nunca lluvia y sí diluvio; nunca fuego y sí incendio; y todo exceso, como sabrás, destruye. yo tan tormenta y tú tan tornado, nos destruimos al encontrarnos. fuimos cristal, espejo y reflejo el uno del otro. fuimos lo peor y lo mejor, el infierno por una dosis del ser que entre la multitud de una noche de noviembre habíamos hallado.


de vez en cuando te da por tocarte y recordarme… y entonces te duermes pensando en mí, en esa mujer de las noches fugaces, la misma de la frente muy alta y la lengua muy larga, la de las risas sinceras y las muchas palabras. de vez en cuando me da por soñarte y entonces amanezco pensando en ti: es un guiño del universo mientras estamos lejos.

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