de vez en cuando me da por leer
la carta que hace unos meses escribí, aquélla que casi memoricé… y entonces
regreso de nuevo a una habitación barata de hotel, a la noche de enero, al taxi
tomado en plena madrugada y al beso que me robaste y yo esquivé para romper esa
primera distancia:
me hallo encima de ti con el
cuerpo sudado, los dos embriagados de un excelso placer, rebasando los límites
de lo que pudimos haber imaginado alguna vez. hay también ligeros rasguños en
tu piel, hay mordidas en los labios, humedad en los cuerpos de esa lluvia que
surge de entre las piernas de una mujer.
sonríes porque sabes que en cada
orgasmo vuelves a emerger, que en las muertes chiquitas nuestras almas
recuerdan aquéllas vidas que al nacer hemos olvidado. sonrío porque siento tu
ansiedad al desvestirme, las manos que tiemblan, la desesperación por la
entrega. sonrío porque al tirar la ropa al piso, declaramos la paz justo antes
de que inicie la guerra… la única guerra que vale la pena.
la rendición de tus gemidos me
suplica silenciosa que continúe, que haga de ti lo que se me dé la gana. me
incita a que explore, a que juegue, a que lama y dibuje tenues líneas en tu
piel. se trata de hacer a un lado los complejos, lo que inhibe, los pudores que
no sirven absolutamente para nada. acato tal mandato y logro tirarte a cierto
abismo en el que al caer, decido tomar tu mano: y es que yo te dije alguna vez
que si bien cualquier mujer puede hacerte volar sobre la cama, sólo unas
cuantas logran convertir en una locura el aterrizaje.
al dejar una parte de ti en cada
puerto, intuyo que si bien comprendes
que los orgasmos no sanan el alma hecha pedazos, sirven de analgésico
mientras encuentras las piezas para armarte: qué lástima y qué fortuna la tuya
perder el control así de vez en cuando y es que aunque intente olvidar esa
noche… esa noche aún no nos olvida. y sí, tú ibas tan de paso y yo tan deprisa,
que la vida se nos atravesó y jamás nos detuvimos a mirarnos.
el problema radica en que fuimos
un mar de excesos: nunca lluvia y sí diluvio; nunca fuego y sí incendio; y todo
exceso, como sabrás, destruye. yo tan tormenta y tú tan tornado, nos destruimos
al encontrarnos. fuimos cristal, espejo y reflejo el uno del otro. fuimos lo
peor y lo mejor, el infierno por una dosis del ser que entre la multitud de una
noche de noviembre habíamos hallado.
de vez en cuando te da por
tocarte y recordarme… y entonces te duermes pensando en mí, en esa mujer de las
noches fugaces, la misma de la frente muy alta y la lengua muy larga, la de las
risas sinceras y las muchas palabras. de vez en cuando me da por soñarte y
entonces amanezco pensando en ti: es un guiño del universo mientras estamos
lejos.
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