lunes, 5 de noviembre de 2012

ANDRÈS


Y ahí estabas con la mente en otro lado, reposando, con tus botas puestas y camisa oscura, pantalones gastados y una mirada que escondía una sonrisa. Me intrigaba saber lo que pensabas, qué te gustaba y sobre todo tu nombre.

Me acerqué con temor, no por miedo a tu respuesta, más no deseaba interrumpir tus pensamientos. Sabía que detrás de ese serio rostro y ojos miel había algo más…si, había una sonrisa dibujada, que hablaba a quien tuviera la intención de conocerla y de ver cuidadosamente.

“Andrés” contestaste a mi pregunta, “Andrés Tovar”, y nuestra pasión por la literatura desencadenó una amena plática que duraría hasta la interrupción de “A clase, muchachos”.

La dicha de compartir esa cátedra fue la oportunidad perfecta que me llevó hasta mi Viajero. El tiempo hacía que nuestra amistad se fortaleciera, cada uno conociendo las virtudes y defectos del otro, las alegrías y tristezas compartíamos, y también los amores y decepciones. No obstante, los lazos de amistad no se rompían y cada vez eran más fuertes.

Pero llegó ese día, día en que debimos darnos una despedida, pues a nuevos horizontes partías. A tu familia acompañabas en esta nueva etapa. La noticia me cayó peor que un jengibre en ayunas, si, amarga noticia. Tú partías a Colombia y yo me quedaba en Honduras, tu increíble detalle de trasladarte hasta mi trabajo para despedirte fue lo mejor que hiciste. Gracias.

Dicen que las redes sociales te consumen, en nuestro caso fueron aliadas. Redes que nos acercaron aun a pesar de las fronteras, en contra del tiempo y cualquier obstáculo que se opusiera, porque nuestra amistad, seguía vigente y viva, tan vívida como que hubiera nacido ese mismo día.

La dicha de saludarnos por nuestros cumpleaños, o un “Hola” ocasional, me daba mucha alegría y sobretodo confianza, porque tu amistad era genuina. Y el tiempo transcurría y de todo conversábamos. Nuestra confianza plena no se vestía de tabúes ni vergüenzas.

Hasta que un día, confesaste lo que sentías sin ninguna cobardía, es más valiente y firme escribiste todo lo que pensabas y expulsaste todos esos sentimientos que cargabas. Y yo, temerosa de lo que pasaba, me negué aceptarlo, y enfaticé en el absurdo “sólo amigos”.

Más cuando no te conectabas, ni mensajes enviabas, mi tiempo se paralizaba, mi ánimo negro se tornaba y no era yo quien realmente quería aceptar o ceder a lo que pasaba. Hasta que dijiste: “Conocí a alguien…” Mis celos eran enfermizos, más mi orgullo no se doblegaba y juraba que no diría una sola palabra contra esa situación, porque egoísta sería negarte la oportunidad de conocer a tu amada.

Me negaba rotundamente aceptar lo que pasaba,  decía que no sentía nada, que no me gustaba nadie y ciertamente que no estaba enamorada. ¿Cómo? Me sentía atrapada entre la distancia y la realidad, entre el sueño y la pesadilla, entre ella y tú.  Me asegurabas que no era lo mismo, que tus sentimientos hacia mi eran diferentes, más fuertes.

Exploté y te confesé, no en el mejor de los momentos, pero lo hice, no aguantaba ya eso que me carcomía, el no expresarte todo lo que pensaba o sentía, me mataba el hecho de comportarme como una hipócrita, de no serle fiel a lo que yo misma predicaba: la verdad.

La verdad que me cegaba y ese sentimiento que nos unía, ya era más allá de una simple amistad, y esa sonrisa que dibujas en mi  cada vez que escribes o me hablas, nadie lo hace. No con esa sensación y satisfacción con que lo hago cuando te veo, a través de una pantalla, porque por ahora eso es lo que resulta, pero esperanza y fe, confianza en Dios hemos depositado.


Y, ¿qué nos queda?, esperar en la perfecta y soberana voluntad, así como en la inmensa gracia de DIOS, nuestro PADRE, que grande y bueno fue de cruzarnos en nuestros caminos. De alimentar nuestra amistad, de seguir adelante y aprender a esperar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario