Muchos deseos de felicidad y tan pocas señales de unidad y armonía. Disputas y valoraciones en los medios de comunicación a la hora de los noticieros hace muy difícil entablar una cultura que vea màs allà de lo que se muestra en los videos o imàgenes que èstos presentan.
Vienen a la mente y se arremolinan alrededor del teclado tantos temas que uno quisiera denunciar, entender y exponer que quizá lo más plausible sea dejarlos todos arrinconados en el cajón y empezar con una propuesta que nos haga olvidar lo detestable que hacen unos pocos y recordar y especialmente agradecer lo admirable que tratan de hacer algunos, podrìa atreverme a decir la mayorìa.
Para conseguirlo no hace falta convertirse en un iluso o ingenuo portador de unas gafas de color rosa; aunque a veces pareciera necesario hacerlo, basta a veces con ser màs observador, aprender a callar, respetar y tolerar, aùn asì considero que hay un verbo màs determinante y que ya no practicamos: AGRADECER.
En vez de desearnos felicidad, algo tan ambiguo y huidizo, deberíamos desearnos agradecimiento, porque a mi entender este es el principal ingrediente que nos falta para abandonar la cultura de la queja en la que estamos instalados. No me refiero al agradecimiento a quien nos hace un favor, sino el agradecimiento a Dios, si uno es creyente y si no lo es, a la vida, al universo, por todas las maravillas que nos rodean y que a fuerza de verlas y disfrutarlas diariamente perdemos perspectiva para reconocer su enorme valor.
La gratitud es una de las formas más sencillas y poderosas de transformar nuestra vida. Si nos sentimos realmente agradecidos nos convertimos en un imán que atrae gozo. En realidad sin agradecimiento no podemos cambiar nada. La vida cambia en la medida en que sentimos agradecimiento. Es imposible ser negativo, quejarse, criticar a los demás o culparles cuando te sientes agradecido. El miedo y la culpa nos contrae, nos envejece. La gratitud y el amor nos expande y frena el envejecimiento.

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